"Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: "¿Qué buscáis?".
Ellos le respondieron: "Rabbí, ¿dónde vives?".
Les respondió: "Venid y lo veréis". Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día".
(Jn. 1, 38-39)

Lo más importante es el amor.


LO MÁS IMPORTANTE ES EL AMOR
Eusebio Gómez Navarro, OCD

Porque el amor debe ser lo más importante de nuestra vida, quiero escribir para este blog una serie de reflexiones sobre el amor.
“El amor es una palabra que por mucho que se diga no se repite nunca” (Bossuet). Pero, como ha dicho Benedicto XVI, “la palabra amor está hoy tan deslucida, tan ajada, y es tan abusada, que casi da miedo pronunciarla con los propios labios”. Sin embargo, habrá que retomarla, purificarla y vol­verle a dar su mejor y más espléndido significado.
Sabemos que el ser humano ha sido creado por amor y ha nacido para amar, esa es su vocación más profunda. Y sólo amando puede ser plena­mente persona. Amar consiste no tanto en recibir como en dar y entregarse, en hacer de la propia vida un don para los demás.
El mandamiento del amor es el compendio de la ley y síntesis de la vida: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con toda tus fuerzas; y a tu pró­jimo como a ti mismo... Haz esto y vivirás” (Lc 10, 27-28). Se trata, sencillamente, de amar con todo lo que hay en nuestro ser: corazón, alma, mente y fuerzas.
Lo primero que tenemos que afirmar claramente es que Dios nos ama y Dios nos ha amado primero, pues siempre Él nos toma la delantera. Dios nos ama a cada uno y pase lo que pase jamás nos aban­dona. Él nos bendice siempre y desea lo mejor para nosotros, pues somos los hijos amados. Dios nos ama de una manera incondicional y gratuita en Jesucristo, no porque seamos buenos, sino porque Él es bueno. Dios nos acepta como hijos, luego nosotros debemos aceptarlo como Padre.
No podemos amar a Dios despreciando al her­mano. Son los dos amores de nuestra vida. Aunque cada persona tiene que recorrer su camino, vivir su vida, todos, de alguna manera, nos parecemos y es fácil conectar con los otros, ya que estamos amasados con el mismo barro y somos compañe­ros de viaje en busca de la vida, de la luz, de la verdad y del amor. Sabemos, no obstante, que hay muchas trampas en el amor y, con frecuencia nos engañamos, pues creemos que amamos de verdad, cuando lo que hay en verdad sólo son deseos pasa­jeros, nubes mañaneras que pasan sin dejar huella de bondad.
Es cierto que, a veces, a nuestra vida le falta vida; a nuestros amores, el amor y a nuestro futuro, esperanza. A pesar de que en el amor está la vida y la felicidad, ¿Por qué, pues, no nos ama­mos o tenemos miedo de amarnos los unos a los otros? La respuesta no es tan sencilla pero, creo que no sabemos cómo relacionarnos, cómo dar y recibir ternura, compasión, afecto: amor. Cuando no hay comunicación y no se comparte la alegría y el dolor, las personas acaban por vivir juntas, atrincheradas en el temor, soledad y toda clase de resentimientos.
Amar exige entregar la vida. Quien espere solu­cionar los problemas con recetas mágicas venidas de fuera, se engaña a sí mismo. El amor, la paz, la libertad viven “escondidos” dentro de nosotros. Sólo cuando logramos descubrir esa fuerza mis­teriosa y oculta que yace en nosotros, es cuando podemos ayudar a los otros.
El amor se construye o se destruye poco a poco, minuto a minuto, de día y de noche, cuando el sol calienta y cuando el viento arrecia. Pero la tarea es obra del presente, no del pasado, pues si remove­mos el amargo pasado deja en nosotros un dejo de tristeza, un vacío que nos hunde en la depresión y en la desesperanza.
A los padres les corresponde la tarea de educar a sus hijos en el amor. Es un compromiso que se debe realizar en las cosas pequeñas de cada día y aparentemente intrascendentes. Lucille Iremon­ger, en su obra The fiery chariot, sostiene la teoría de que la falta de amor en la niñez plantea unas exigencias en ciertos muchachos de talento que los lleva hasta los límites de realizar verdaderos esfuerzos. Andan solícitos en busca de atención, de aplausos y de homenaje, con tal de llenar el vacío irrellenable de sus años faltos de amor, ya que esa ansia de acogida es el mecanismo inconsciente de sus destinos.
Todos nos debemos comprometer en el amor para que en la tierra florezca todo lo bueno. Será entonces cuando las manos serán una extensión del corazón; entonces sentiremos el palpitar de las flores; entonces la fe, la esperanza y el amor serán el pan de cada hogar; entonces el amor y el perdón caminarán juntos y la hermandad será hija de la tolerancia y comprensión; entonces los seres humanos se darán cuenta de que Dios camina con ellos. Entonces seremos una nueva humanidad, pues es cierto que “Todos y cada uno de nosotros somos ángeles con una sola ala. Y únicamente podemos volar abrazándonos los unos a los otros” (Luciano de Crescenzo).
El amor es lo más importante y es lo único que se debería enseñar. Sólo hay un pecado: el no amar. “Ante todo, tened entre vosotros intenso amor, pues el amor cubre multitud de pecados” (1P 4, 8). Todos estamos bien seguros de que sin amor la humanidad acabará por destruirse. Ya lo dijo el poeta W. H. Auden, “Tenemos que amarnos los unos a los otros o morir”. “Estoy convencido, decía Dostoievski, de que el único infierno que existe es la incapacidad para el amor”. El cielo está donde hay amor, “el infierno es no amar ya” (Georges Bernanos).