LO MÁS IMPORTANTE ES EL AMOR
Eusebio Gómez Navarro, OCD
Porque el amor debe ser lo más
importante de nuestra vida, quiero escribir para este blog una serie de
reflexiones sobre el amor.
“El amor es una palabra que por mucho que se diga no se repite nunca”
(Bossuet). Pero, como ha dicho Benedicto XVI, “la palabra amor está hoy tan
deslucida, tan ajada, y es tan abusada, que casi da miedo pronunciarla con los
propios labios”. Sin embargo, habrá que retomarla, purificarla y volverle a
dar su mejor y más espléndido significado.
Sabemos
que el ser humano ha sido creado por amor y ha nacido para amar, esa es su
vocación más profunda. Y sólo amando puede ser plenamente persona. Amar
consiste no tanto en recibir como en dar y entregarse, en hacer de la propia
vida un don para los demás.
El mandamiento del amor es el compendio de la ley y síntesis de la
vida: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con
toda tu mente y con toda tus fuerzas; y a tu prójimo como a ti mismo... Haz
esto y vivirás” (Lc 10, 27-28). Se trata, sencillamente, de amar con todo lo
que hay en nuestro ser: corazón, alma, mente y fuerzas.
Lo primero que tenemos que afirmar claramente es que Dios nos ama
y Dios nos ha amado primero, pues siempre Él nos toma la delantera. Dios nos
ama a cada uno y pase lo que pase jamás nos abandona. Él nos bendice siempre y
desea lo mejor para nosotros, pues somos los hijos amados. Dios
nos ama de una manera incondicional y gratuita en Jesucristo, no porque seamos
buenos, sino porque Él es bueno. Dios nos acepta como hijos, luego nosotros
debemos aceptarlo como Padre.
No
podemos amar a Dios despreciando al hermano. Son los dos amores de nuestra
vida. Aunque cada persona tiene que recorrer su camino, vivir su vida, todos,
de alguna manera, nos parecemos y es fácil conectar con los otros, ya que
estamos amasados con el mismo barro y somos compañeros de viaje en busca de la
vida, de la luz, de la verdad y del amor. Sabemos, no obstante, que hay muchas
trampas en el amor y, con frecuencia nos engañamos, pues creemos que amamos de
verdad, cuando
lo que hay en verdad sólo son deseos pasajeros, nubes mañaneras que pasan sin
dejar huella de bondad.
Es cierto que, a veces, a nuestra vida le falta vida; a nuestros
amores, el amor y a nuestro futuro, esperanza. A pesar de que en el amor está
la vida y la felicidad, ¿Por qué, pues, no nos amamos o tenemos miedo de
amarnos los unos a los otros? La respuesta no es tan sencilla pero, creo que no
sabemos cómo relacionarnos, cómo dar y recibir ternura, compasión, afecto:
amor. Cuando no hay comunicación y no se comparte la alegría y el dolor, las
personas acaban por vivir juntas, atrincheradas en el temor, soledad y toda
clase de resentimientos.
Amar exige entregar la vida. Quien espere solucionar los
problemas con recetas mágicas venidas de fuera, se engaña a sí mismo. El amor,
la paz, la libertad viven “escondidos” dentro de nosotros. Sólo cuando logramos
descubrir esa fuerza misteriosa y oculta que yace en nosotros, es cuando podemos
ayudar a los otros.
El amor se construye o se destruye poco a poco, minuto a minuto,
de día y de noche, cuando el sol calienta y cuando el viento arrecia. Pero la
tarea es obra del presente, no del pasado, pues si removemos el amargo pasado
deja en nosotros un dejo de tristeza, un vacío que nos hunde en la depresión y
en la desesperanza.
A los padres les corresponde la tarea de educar a sus hijos en el
amor. Es un compromiso que se debe realizar en las cosas pequeñas de cada día y
aparentemente intrascendentes. Lucille Iremonger, en su obra The fiery
chariot, sostiene la teoría de que la falta de amor en la niñez plantea
unas exigencias en ciertos muchachos de talento que los lleva hasta los límites
de realizar verdaderos esfuerzos. Andan solícitos en busca de atención, de
aplausos y de homenaje, con tal de llenar el vacío irrellenable de sus años
faltos de amor, ya que esa ansia de acogida es el mecanismo inconsciente de sus
destinos.
Todos nos debemos comprometer en el amor para que en la tierra florezca
todo lo bueno. Será entonces cuando las manos serán una extensión del corazón;
entonces sentiremos el palpitar de las flores; entonces la fe, la esperanza y
el amor serán el pan de cada hogar; entonces el amor y el perdón caminarán
juntos y la hermandad será hija de la tolerancia y comprensión; entonces los
seres humanos se darán cuenta de que Dios camina con ellos. Entonces seremos
una nueva humanidad, pues es cierto que “Todos y cada uno de nosotros somos
ángeles con una sola ala. Y únicamente podemos volar abrazándonos los unos a
los otros” (Luciano de Crescenzo).