"Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: "¿Qué buscáis?".
Ellos le respondieron: "Rabbí, ¿dónde vives?".
Les respondió: "Venid y lo veréis". Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día".
(Jn. 1, 38-39)

Hablar con un amigo


   Cuando Sócrates quiso construir su casa, tuvo que conformarse con una morada pequeña. Y cuando algunos le hicieron notar que era de dimensiones muy reducidas, Sócrates replicó:

   -¡Quieran los dioses que esté siempre llena de amigos!
  El que a la casa de uno lleguen amigos es una de las bendiciones más grandes. No podemos vivir sin amigos.
  Teresa de Jesús fue amiga de Dios y de los seres humanos. Vivió profundamente la amistad con Dios, amigo verdadero. También disfrutó de grandes amistades granjeadas por su trato exquisito y por su forma de ser. En sus monasterios dejó esta norma de oro: “Aquí todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se han de querer, todas se han de ayudar” (C 4,6). “(La oración consiste en) tratar con Dios como con Padre y como con hermano y como con Señor y como con esposo” (CV 28,3). En la oración el alma se une con Dios, “como si dos velas de cera se juntasen tanto en extremo que toda la luz fuese una, o que el pábilo y la luz y la cera es todo uno” (7M 2,4).
   La oración es, sobre todo, diálogo, trato de amistad, “que no es otra cosa oración mental a mi parecer sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (V 8,5). Los verbos “estar” y “tratar” indican ya la presencia de Dios. El Dios infinito, el invisible, se revela, se comunica con el ser humano y le ofrece su amor. Dios es Padre, pero, sobre todo, es amigo (V 8,5). No podemos vivir sin amigos. “Ámense mutuamente si quieren sobrevivir”, afirmaba Teilhard. Por la oración la persona aceptará a Dios, se abrirá al amigo y lo escuchará. La oración es un encuentro personal donde se hace amistad. Es un encuentro donde se quiere estar con el amado (C 25,3), se le mira (C 26,3); donde Dios mismo se goza (V 8,9). Es un encuentro que requiere gran fuerza de voluntad (V 8,8).
   En esta comunicación con Dios importa el saber estar, el gozar de su presencia, más que los negocios o temas de conversación. Al dar tanta importancia a la presencia, no queremos decir que nos desentendamos del mundo. “Fuera del mundo no hay oración”, dice A. Guerra. Efectivamente, la oración que no parte de la vida y no va a la vida, no sirve. Cuando hay amor, importa la presencia del amado, no las ideas o esquema del discurso. La confianza, el gozar del otro brotan de la conciencia del que sabemos que nos ama. “Con la oración sucede igual que con la amistad. Cuanto más tratamos al amigo y conversamos con él, tanto más queremos tratarlo y conversar con él, más surgen temas de conversación; cuanto menos tratamos con él, tanto menos lo echamos de menos y tanto menos tenemos de qué conversar” (S. Galilea).
   Cristo es el buen amigo (V 22,10), amigo verdadero (V 25,17), con Él se puede tratar como amigo (V 37,6). En todo se puede tratar y hablar con Él (V 37,6), por eso aconsejará no estar sin tan buen amigo (CV 26,1). Tanta importancia da la Santa a Cristo que sólo pide a sus monjas que claven en Él los ojos: “no os pido más que le miréis... Mirar que no está aguardando otra cosa, como dice la esposa, sino que le miremos” (C 26,3). El “Cristo de los ojos bellos” “tiene en tanto que le volvamos a mirar, que no quedará por diligencia suya” (C 26, 3). El mirarlo es fuente de fuerza y de entrega. “Poner los ojos en el Crucificado, y se os hará todo poco” (7M 4, 8).
   La amistad une vidas. En la oración se unen Dios y el hombre por medio de un diálogo amoroso, pues el diálogo siempre une. A través de éste puedo conocer al otro, puedo saber quién es el otro y puedo descubrir quién soy yo. Y puesta santa Teresa a aconsejar, como algo importante dice: “Por eso aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo. Es cosa importantísima, aunque no sea sino ayudarse unos a otros, con sus oraciones. ¡Cuánto más que hay muchas más ganancias!” (V 7, 20). “Pues es tan importantísimo esto para almas que no están fortalecidas en virtud, como tienen tantos contrarios y amigos para incitar al mal, que no sé cómo lo encarecer” (V 7,21).
   Dios es amigo que “se nos da sin tasa”, sin medida y no se fija para amarnos en nuestros méritos, sino que acepta nuestra condición.
   Dios pone los dones: todo. El hombre sólo tiene que extender la mano. Dios no ha de forzar nuestra voluntad; toma lo que le damos del todo (CV 28,12). La oración exige, pues, una entrega total, cumplir la voluntad de Dios.
   Su esencia no está en los tiempos y lugares, aunque exija tiempos y lugares. El provecho de la oración no está en “pensar mucho, sino en amar mucho” (F 5,2). No tienen ventaja los científicos y los filósofos, sino aquellos que “desean contentar en todo a Dios” y procuran no ofenderle (4M 1,7).
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.

Apoyarse en Dios



Un sabio dijo: “Dadme un punto de apoyo y levantaré el mundo”.
Pues eso que no logró Arquímedes, lo han conseguido los santos plenamente. El Omnipotente les ha dado un punto de apoyo: Él mismo. Y por palanca, la oración, que abrasa en fuego de amor. De esta manera han movido el mundo, y lo siguen moviendo y levantando todos los santos que viven en la tierra (Santa Teresita del Niño Jesús).
Hay que hacer de Dios el punto de apoyo para cambiar y mover el mundo. Quien cree en Él, quien vive en su presencia, quien ora, tiene esa fuerza que brota de Dios. Quien ama a Dios desea estar con Él.
Dios está siempre presente. El Dios de la Biblia es un Dios cercano, próximo (Sal 118; 150). Dios, que ha creado al ser humano, no lo abandona (Gn 17; Ex 3,12). Su presencia va acompañada de signos: en un viento suave (Gn 3, 8), en la tormenta, en el fuego, en el viento (Ex 20,18)...
Al llegar la plenitud de los tiempos Dios se hace presente en su Hijo Jesús, Dios-Hombre. “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En estos últimos tiempos, nos ha hablado por medio de su Hijo” (Hb 1,1-2). Nunca Dios había estado tan presente (Lc 1,28-35). El mismo Jesús promete estar siempre con nosotros (Mt 28,20).
Dios se hace presente de distintas maneras:
 – Presencia cósmica. La presencia de Dios en el mundo es una presencia inmensa, infinita. Así se expresa Santa Teresita al descubrir la presencia de Dios: “Nunca olvidaré la impresión que me causó el mar. Lo estaba contemplando fijamente. Su majestad, el bramido de sus olas, todo hablaba a mi alma de la grandeza y de la omnipotencia de Dios”. Y San Juan de la Cruz nos habla de la hermosura de todo lo creado, porque es huella del Creador.
 – Presencia significante. Dios nos habla a través de su palabra y de los acontecimientos de cada día. Así se expresa el Concilio Vaticano II: “En esta revelación Dios invisible, movido de amor, habla al ser humano como amigo, trata con él para invitarle y recibirle en su compañía” (DV 2).
 Dios está presente en su Palabra, en los sacramentos, en cada ser humano, en la comunión. El creyente por la fe descubre su presencia. 
 San Juan de la Cruz invita a descubrir a Dios: “Aprenda el espiritual a estarse en advertencia amorosa de Dios, con sosiego de entendimiento aunque le parezca que no se hace nada...”.
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.