"Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: "¿Qué buscáis?".
Ellos le respondieron: "Rabbí, ¿dónde vives?".
Les respondió: "Venid y lo veréis". Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día".
(Jn. 1, 38-39)

El pan de vida


Había un capitán de un barco que todo lo que tenía de sabiduría le faltaba de dominio propio. A pesar de que comulgaba todos los días, no lograba dominar su genio. Cansados los marineros de soportarle, le dijo uno de ellos: “Más valdría que no comulgara, ya que nos trata así”. A lo que el capitán respondió: “Gracias a que comulgo cada día porque, si no, los hubiera tirado a todos al mar”.
La Eucaristía es comida, fuerza para navegar por la vida. La forma que Cristo pensó para darse en la Eucaristía fue la comida. Comer y beber con otros, sobre todo para las culturas orientales, están cargados de un gran significado. 
El pueblo judío practicó el lenguaje simbólico de la comida. Cada año celebraban en la cena pascual la salvación del éxodo. 
Jesús se sirvió del lenguaje “comer con” en su anuncio del Reino. Él comparte la mesa con otros: Lázaro, Mateo, Simón, Zaqueo... Los discípulos tuvieron el privilegio de comer con el Resucitado (Hch 10,40-42). 
En nuestras comidas sellamos nuestra amistad, contratos, negocios... Invitamos a comer a un amigo, a alguien que queremos que nos conozca. 
La Eucaristía es comida. Necesitamos comer y beber para alimentarnos, poder vivir y trabajar. Compartir la misma mesa conlleva amistad, familiaridad. Esto mismo Pablo lo aplicará en sentido espiritual: “Somos un pan y un cuerpo, porque todos participamos del mismo Pan” (1 Co 10,16). 
Cristo en la comida pascual escogió el pan y el vino. El pan es la comida común en muchas culturas. Es símbolo de hambre y de alimento, de alegría, de fuerza. Es fruto de la tierra y del trabajo del ser humano. Éste tendrá que “ganar el pan con el sudor de su frente”. 
Jesús es el pan de vida. Lo repite Juan varias veces en el capítulo sexto de su evangelio: “Si uno come de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). El que come a Cristo tendrá la vida que brota de él, vida abundante, vida verdadera y vida eterna. El que no come su carne ni bebe su sangre no tiene vida. Sin él, sin estar unido a él, no se puede tener vida. 
Quien come a Cristo aumenta la fe; para comerlo se necesita fe. La Eucaristía no es el algo mágico; sólo tiene sentido desde la fe en el Hijo del Hombre y en la acción del Espíritu. 
“El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él” (Jn 6,56). Somos lo que comemos; nos convertimos en lo que comemos. Quien come a Cristo permanece en él, en su amistad, en su amor. La Eucaristía nos cristifica, nos hace cristianos. 
La Eucaristía no sólo es comida y bebida, es también reunión de creyentes. Al comulgar con Cristo hemos de comprometernos a comulgar con los hermanos. Es fácil decir sí a Cristo, pero es más difícil decir sí al hermano. No puede haber Eucaristía sin fraternidad, sin una actitud de apertura, de entrega y de unión con los demás.
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.

Profesión de la Hermana Flora del Corazón de Cristo

El pasado sábado 8 de junio la Hna. Flora del Corazón de Cristo profesaba en el convento de nuestras Madres Carmelitas de Toro.





El Hno. Jesús, que asistió a la celebración, nos cuenta: 

"Como todas las primeras profesiones resultó muy entrañable y por supuesto fue un lujazo el acompañamiento musical de la eucaristía.
A la celebración acudieron muchos seglares de Granada que conocían a Flora, como podéis ver en las fotos.
No solo queda el testimonio de Flora sino el de todos aquellos seglares que nos acompañan con sus oraciones, con su corazón y con su presencia".









Damos gracias a Dios por el "SÍ" de nuestra hermana, y le pedimos que la bendiga y haga cada día más fructífera su entrega.

Luz para el camino


La noche del 5 de abril de 1754 moría Catalina Thomas.
En el cuarto había tal oscuridad que alguien suplicó: Por favor, ¿quién trae una vela? La moribunda aclaró: “Traigan alguna luz para ustedes; para mí el sol está brillando como nunca”.
Jesús es la luz para nuestra noche. “Yo soy el camino” (Jn 14,6), dijo Jesús. El camino de vida, de bendición. Juan lo mostró al mundo como el camino por donde tendría que ir la humanidad, camino recto. Quien quiera transitar por caminos de vida, tendrá que caminar con él y por él.
El ser humano es un ser en camino, eterno peregrino a la casa del Padre. En esta marcha se encuentra con encrucijadas: caminos que conducen a la vida y caminos que conducen a la muerte. Y se presentan peligros, riesgos, dificultades de todo tipo. Para superarlos y no ceder al cansancio ni al desaliento, es necesario tener los ojos bien fijos en la meta y estar bien motivados. El ser humano está en continua elección: escoger la vida y seguir por el camino recto, estrecho y empinado, o escoger lo fácil, el camino de muerte.
Para no ir a tientas ni a oscuras, es necesaria la luz. La luz disipa la tiniebla sin violencia, con sólo su presencia. Esa luz es, a veces, una persona, ángel de luz; otras, un impulso que brota dentro de la misma vida. Pero la luz, sobre todo, viene de lo alto, de Dios. Él es la luz de las naciones” (Is 42,6). Jesús es la luz del mundo. El Espíritu es llama que alumbra y calienta. 
Gilles Farcet, escritor francés, ha escrito: “Si el camino no se vive en lo cotidiano, ¿dónde podrá vivirse? ¿Acaso alguien ha respirado alguna vez en otro sitio que no sea aquí y ahora?”. Aludiendo a lugares de elevada reputación espiritual, lejos de las actividades de todos los días, añade: “Mis estancias en esos ‘lugares de elevación espiritual’ sólo tienen sentido en la medida en que me ayudan a recuperar, en el corazón mismo de mi cotidianeidad, la dimensión sagrada que sólo mi ceguera espiritual me impide percibir... Fuera del instante, no hay salvación”.
Para poder caminar, es necesario gritar como Simeón el Teólogo: “¡Ven, luz verdadera! ¡Ven, vida eterna! ¡Ven, misterio escondido! ¡Ven, luz sin ocaso! ¡Ven, resurrección de los muertos! ¡Ven, tú que permaneces siempre, pero que atraviesas las horas!”. 
El Señor nos conduce de las tinieblas a la luz; más aún, nos transforma en luz para cerrar definitivamente las puertas a la noche.
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.

Terapia para una vida saludable


En una gran ciudad, un investigador preguntaba a los transeúntes si eran supersticiosos o no. Nueve de cada diez respuestas eran negativas.
No muy lejos se había arrimado una escalera contra una fachada. La mayoría de los que habían proclamado su rechazo a la superstición procuraban no pasar por debajo de la escalera.
¿En quién y en qué cree la gente? ¿A dónde acude para buscar salud? ¿Qué hace? ¿Tiene que ver algo la fe con la salud de las personas?
Uno de los aspectos más importantes de la vida es la salud, y es una de las principales preocupaciones. Así lo expresa el pueblo: “Lo primero es la salud”, “la salud no se paga con nada”.



Jesús recorría ciudades y aldeas sanando toda enfermedad y dolencia” (Mt 9,35).
Los enfermos buscan a Jesús, quieren verlo, hablar con él, tocarlo. La palabra y el gesto de Jesús son sanadores. “La terapia que Jesús pone en marcha es su propia persona” (H. Wolff).
Los evangelistas hablan de la “fuerza sanadora” que salía de Jesús y curaba a todos (Lc 6,19). Si hace el bien y sana es porque vive “ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo” (Hch 10,38). Por eso, sus manos son bendición de Dios (Mt 19,13-15) y sus palabras, espíritu y vida” (Jn 6,63). Encarna al Dios amigo de la vida.
Jesús vino para salvar, para dar vida y vida en abundancia (Jn 10, 10). Lo que Jesús busca es reconstruir toda la persona, sanando la mente y el corazón. Lo que desea es que seamos como los árboles sanos que dan frutos buenos: “Por sus frutos los reconoceréis” (Mc 7,20).
Jesús entiende la salud como liberación de las fuerzas del mal. Dice a la mujer esclavizada por Satanás: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad” (Lc 13,12). Con la sanación devuelve a los enfermos la paz y el gozo.
Para sanarse Jesús sólo exige creer y querer. Dice a la hemorroisa: “Tu fe te ha salvado” (Mc 5,34). Esta fe conlleva querer sanarse. Jesús pregunta: “Quieres curarte?” (Jn 5,6), es decir, querer cambiar y no volver a las viejas actitudes... La salud que Jesús promueve, favorece al ser humano por completo. Él es fuente de vida y salvación. 
Decía C. G. Jung: “Acercarse a lo sobrenatural es verdadera terapia”. En la experiencia de comunión con Dios la persona goza de salud desbordante. Creer en el amor incondicional de Dios es la mejor terapia para curarse de todas las enfermedades y complejos. Quien ama, goza de la vida y comunica vida. “Haz eso (ama) y vivirás” (Lc 10,28).
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.