"Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: "¿Qué buscáis?".
Ellos le respondieron: "Rabbí, ¿dónde vives?".
Les respondió: "Venid y lo veréis". Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día".
(Jn. 1, 38-39)

El amor tiene sus razones

El amor tiene sus razones
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.

S. Bandhopadhyay era un abogado importante en Calcuta. Un día tuvo que enviar un documento urgente a uno de sus clientes. Era el mes de mayo que es el más caluroso en Calcuta y era el medio­día. Tomó el documento y lo llevó él mismo a casa del cliente a donde llegó todo cubierto de sudor. El cliente se asombró y le indicó cortésmente que podía haber mandado a cualquier empleado de su despacho. El abogado contestó: “Sí, ya lo pensé, y mi oficina tiene un mensajero para estos envíos. Pero vi el calor que hacía y no me pareció bien enviar a otra persona”.
Esto es amor y nosotros lo sabemos muy bien.
¿Se puede definir el amor? Hay muchas defini­ciones del amor. Podemos afirmar que el amor es un sentimiento que mueve a desear el bien para la persona o cosa que amamos. El amor es, sobre todo, una decisión, un compromiso que consiste en respetar al ser amado, procurar todo el bien del otro y evitarle el mal. Amar es mucho más que vivir; es dar la vida por el otro.
El amor es fuerza, es vida. Las grandes empresas nacen en el amor y para llevarlas a cabo se nece­sita de la fuerza del amor. El amor es el principio de todo, el fin de todo... El amor es el motor de nuestra vida. Cuando hay amor no hay dificultades, ni fronteras, ni obstáculos de ninguna clase. “El camino que atraviesa la selva no es largo si se ama a la persona que se está buscando” (Proverbio congoleño). “Un buen corazón mueve cielos y tie­rra” (Refrán chino).

El amor no conoce derrotas, el amor lo consigue todo, el amor nos permite remontar el vuelo a las alturas. El amor hace ligero lo pesado, cualquier carga resulta liviana. El amor es la mayor fuerza y riqueza que podemos disponer. “El alma que anda en amor ni cansa ni se cansa ni descansa” (san Juan de la Cruz). Sólo el amor salva y libera; sólo el amor es capaz de vencer el odio; sólo el amor hace ver la vida de colores y nos permite descubrir los valores de lo amado. “El amor, según yo he oído decir, mira con unos anteojos que hacen parecer oro al cobre, a la pobreza riqueza, y a las lagañas perlas” (Miguel de Cervantes).
Al amor canta el poeta, el músico y el enamo­rado, sin preocuparse de lo que es. Quien vive de amor, su misma vida es una definición. Entre los seres humanos, todo habla de amor, grita amor, canta amor, llora amor. En nombre del amor, tra­bajan, sufren toda su vida, se abrazan o se pelean, dan la vida o matan. Es cierto que la aspiración más profunda del corazón del hombre es el deseo de amar y ser amado.
Pero el amor no es pura emoción, no es sentirse emocionado, no es el palpitar del corazón, no es extasiarse ante cualquier belleza. Amar es, sobre todo, entregarse a los otros. Amar no es simple­mente dar algo, sino ante todo darse a alguien.

 “No hay más que una clase de amor, pero hay mil copias diferentes” (François de La Rochefoucauld). Dentro del amor existe el amor verdadero y el amor falso. Hay muchos tipos de amor: amor a Dios, amor a uno mismo, amor a los otros, a la familia, a la comunidad, a la sociedad. Está, además, el amor que cada uno tiene a la vocación específica, al tra­bajo, al deporte...
Todos estos tipos de amor podríamos reducirlos a tres: amor a Dios, al otro y a uno mismo. Amarse a uno mismo supone amar a los otros. Son dos caras de una misma moneda. Hay amor puro, el que ama sin interés y amor interesado. Puro solamente es el de Jesús y María; los demás están manchados por el egoísmo. Pero existe el amor perverso, que procura destruir al ser amado; el amor manipulador, que se aprovecha del ser amado; el amor deformado que consiste en halagar al ser amado para aprovecharse de él; el amor reducido que consiste en un compro­miso parcial o limitado con el ser humano.
El amor cristiano es amar al otro por amor a Dios, sabiendo que en él está Cristo.

Los cristianos tenemos el mandato de amar a los otros como a nosotros mismos. Lo primero, pues, que tiene que aprender cualquier niño es a amarse, saber que es fruto del amor. Para amarse es nece­sario el valorarse, el reconocerse como se es, con las virtudes y defectos. El aprendizaje en la escuela del amor se ha de comenzar en los primeros años.

Aunque hemos sido creados por amor y para amar, aunque el amor es un gran don recibido, sabemos que es una tarea de cada día.
Pero se sabe que para recibir amor hay que dar amor; el que siembra amor, cosecha amor, dice una canción. “El amor sólo con amor se consigue: si quieres ser amado, empieza por amar” (Séneca).