"Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: "¿Qué buscáis?".
Ellos le respondieron: "Rabbí, ¿dónde vives?".
Les respondió: "Venid y lo veréis". Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día".
(Jn. 1, 38-39)

Un buen pastor




El 4 de julio de 1958 el sacerdote Karol Wojtyla pasaba unos días de descanso en las montañas. Allí se enteró de su nombramiento como obispo. Regresando a Cracovia, se detuvo en un conven­to de monjas de clausura. Pidió que le abrieran la capilla. Permaneció durante más de ocho horas rezando, postrado ante el sagrario. Cuando las monjas, preocupadas, acudieron para indicarle que ya era de madrugada, el joven sacerdote res­pondió: “Por favor, déjenme un rato más; tengo muchas cosas que hablar con Jesús”. A lo largo de su vida ésta ha sido su norma de conducta. Estar unido al Buen Pastor.
“El buen pastor da la vida por sus ovejas” (Jn 10,11). Las palabras de Jesucristo definen el Pon­tificado de Juan Pablo II. Él ha dado su vida por las ovejas que Cristo le ha confiado. Y ha ido por delante, como prosigue el evangelio de Juan: “Cuando las ha sacado todas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen”. El evangelio de Jn 10,1-10 nos habla del “pastor”, imagen que evoca al Dios del éxodo que acompaña a su pueblo, al Dios pro­vidente y cercano.
Juan presenta a Jesús como “el Buen Pastor”, “el Pastor, el Bueno”, el único y verdadero pastor. Jesús, no es como el ladrón, el bandido o merce­nario. A Él le interesan las ovejas, las conoce, sabe que las ovejas le pertenecen. Jesús dice: “Yo soy la puerta de las ovejas”, puerta para entrar en la vida y alcanzar la salvación. Quien entre a través de la puerta que es Jesús, “entrará y saldrá y encontrará pastos”.
Jesús “llama a cada una por su nombre”, porque conoce a cada una y son suyas y por eso “escu­chan” su voz y lo “siguen”. Seguir a Jesús Pastor y Mesías es encontrar la vida. Jesús sigue llamando: “Sígueme”.
En octubre de 1978 el cardenal Wojtyla escucha de nuevo la voz del Señor. Se renueva el diálogo con Pedro narrado en el Evangelio de esta ceremo­nia: “Simón de Juan, ¿me quieres? Apacienta mis ovejas”. A la pregunta del Señor: Karol ¿me quie­res?, él respondió desde lo profundo de su cora­zón: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quie­ro”. Y es cierto que el amor de Cristo fue la fuerza dominante en Juan Pablo II. Él tuvo un corazón de buen pastor para todos. Al leer su vida se puede comprender bien este texto de los Hechos: “Verda­deramente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que cualquier nación que le teme y practica la justicia le es grato. Él ha enviado su Palabra a los hijos de Israel, anunciándoles la Bue­na Nueva de la paz por medio de Jesucristo que es el Señor de todos” (He 10,34-36).
Junto al mandato de apacentar su rebaño, Cristo anunció a Pedro su martirio. Apacentando el reba­ño de Cristo, Pedro entra en el misterio pascual, se dirige hacia la Cruz y la Resurrección. El Señor lo dice con estas palabras, “cuando eras joven..., e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras” (Jn 21,18).

Juan Pablo II desde que aceptó la encomienda de pastorear a la Iglesia sufrió lo indecible, por ser buen pastor. Él nos ha interpretado el miste­rio pascual como misterio de la divina misericor­dia. Escribe en su último libro: el límite impues­to al mal “es en definitiva la divina misericordia”. Y reflexionando sobre el atentado dice: “Cristo, sufriendo por todos nosotros, ha conferido un nuevo sentido al sufrimiento; lo ha introducido en una nueva dimensión, en un nuevo orden: el del amor... Es el sufrimiento que quema y consume el mal con la llama del amor y obtiene también del pecado un multiforme florecimiento de bien”. Alentado por esta visión, el Papa ha sufrido y ama­do en comunión con Cristo, y por eso, el mensaje de su sufrimiento y de su silencio ha sido tan elo­cuente y fecundo.
Muchas veces en sus cartas a los sacerdotes y en sus libros autobiográficos nos habló de su sacerdocio, en el que fue ordenado el 1 de noviembre de 1946. En esos textos interpreta su sacerdocio a partir de tres frases del Señor: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca” (Jn 15,16). La segunda palabra es: “El buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,11). Y por último: “Como el Padre me amó, yo también os he amado a voso­tros; permaneced en mi amor” (Jn 15,9).
El papa fue sacerdote hasta el final porque ofre­ció su vida a Dios por sus ovejas y por toda la fami­lia humana. 
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.