El 4 de julio de 1958 el sacerdote Karol Wojtyla pasaba unos días
de descanso en las montañas. Allí se enteró de su nombramiento como obispo.
Regresando a Cracovia, se detuvo en un convento de monjas de clausura. Pidió
que le abrieran la capilla. Permaneció durante más de ocho horas rezando,
postrado ante el sagrario. Cuando las monjas, preocupadas, acudieron para
indicarle que ya era de madrugada, el joven sacerdote respondió: “Por favor,
déjenme un rato más; tengo muchas cosas que hablar con Jesús”. A lo largo de su
vida ésta ha sido su norma de conducta. Estar unido al Buen Pastor.
“El buen pastor da la vida por sus ovejas” (Jn 10,11). Las
palabras de Jesucristo definen el Pontificado de Juan Pablo II. Él ha dado su
vida por las ovejas que Cristo le ha confiado. Y ha ido por delante, como
prosigue el evangelio de Juan: “Cuando las ha sacado todas, va delante de
ellas, y las ovejas le siguen”. El evangelio de Jn 10,1-10 nos habla del “pastor”,
imagen que evoca al Dios del éxodo que acompaña a su pueblo, al Dios providente
y cercano.
Juan presenta a Jesús como “el Buen Pastor”, “el Pastor, el
Bueno”, el único y verdadero pastor. Jesús, no es como el ladrón, el bandido o
mercenario. A Él le interesan las ovejas, las conoce, sabe que las ovejas le
pertenecen. Jesús dice: “Yo soy la puerta de las ovejas”, puerta para entrar en
la vida y alcanzar la salvación. Quien entre a través de la puerta que es
Jesús, “entrará y saldrá y encontrará pastos”.
Jesús “llama a cada una por su nombre”, porque conoce a cada una y
son suyas y por eso “escuchan” su voz y lo “siguen”. Seguir a Jesús Pastor y
Mesías es encontrar la vida. Jesús sigue llamando: “Sígueme”.
En octubre de 1978 el cardenal Wojtyla escucha de nuevo la voz del
Señor. Se renueva el diálogo con Pedro narrado en el Evangelio de esta ceremonia:
“Simón de Juan, ¿me quieres? Apacienta mis ovejas”. A la pregunta del Señor:
Karol ¿me quieres?, él respondió desde lo profundo de su corazón: “Señor, tú
lo sabes todo; tú sabes que te quiero”. Y es cierto que el amor de Cristo fue
la fuerza dominante en Juan Pablo II. Él tuvo un corazón de buen pastor para
todos. Al leer su vida se puede comprender bien este texto de los Hechos:
“Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que
cualquier nación que le teme y practica la justicia le es grato. Él ha enviado
su Palabra a los hijos de Israel, anunciándoles la Buena Nueva de la paz por
medio de Jesucristo que es el Señor de todos” (He 10,34-36).
Junto al mandato de apacentar su rebaño, Cristo anunció a Pedro su
martirio. Apacentando el rebaño de Cristo, Pedro entra en el misterio pascual,
se dirige hacia la Cruz y la Resurrección. El Señor lo dice con estas palabras,
“cuando eras joven..., e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo,
extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras” (Jn
21,18).
Juan Pablo II desde que aceptó la encomienda de pastorear a la
Iglesia sufrió lo indecible, por ser buen pastor. Él nos ha interpretado el
misterio pascual como misterio de la divina misericordia. Escribe en su
último libro: el límite impuesto al mal “es en definitiva la divina
misericordia”. Y reflexionando sobre el atentado dice: “Cristo, sufriendo por
todos nosotros, ha conferido un nuevo sentido al sufrimiento; lo ha introducido
en una nueva dimensión, en un nuevo orden: el del amor... Es el sufrimiento que
quema y consume el mal con la llama del amor y obtiene también del pecado un
multiforme florecimiento de bien”. Alentado por esta visión, el Papa ha sufrido
y amado en comunión con Cristo, y por eso, el mensaje de su sufrimiento y de
su silencio ha sido tan elocuente y fecundo.
Muchas veces en sus cartas a los sacerdotes y
en sus libros autobiográficos nos habló de su sacerdocio, en el que fue
ordenado el 1 de noviembre de 1946. En esos textos interpreta su sacerdocio a
partir de tres frases del Señor: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que
yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y
que vuestro fruto permanezca” (Jn 15,16). La segunda palabra es: “El buen
pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,11). Y por último: “Como el Padre me
amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor” (Jn 15,9).
El papa fue sacerdote hasta el final porque ofreció su vida a
Dios por sus ovejas y por toda la familia humana.
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.