Mantener vivo el fuego del Espíritu Santo, del Amor de Dios. He ahí la misión del carmelita descalzo.
"Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: "¿Qué buscáis?".
Ellos le respondieron: "Rabbí, ¿dónde vives?".
Les respondió: "Venid y lo veréis". Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día".
(Jn. 1, 38-39)
Ojos abiertos
Yashoda es la madre de Krishna, la encarnación de Dios más popular,
querida y venerada en la India. Ella lo cuidó mientras era niño, adolescente,
joven, con todo el cariño de madre y de creyente. Creció Krishna y le llegó el
momento de dejar su casa, su pueblo y a su madre para predicar, ayudar y
redimir a su pueblo.
Al despedirse, su
madre le pidió una gracia: “Que siempre que cierre los ojos, te vea”. Krishna
le contestó: “Te concedo una gracia mejor: Que siempre que abras los ojos, me
veas” (Carlos G. Vallés).
“¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” (Lc 24,5).
Es imposible ver a Dios con los ojos cerrados, si no se mira con unos ojos
resucitados. Con éstos se puede descubrir al Cristo que vive en cada persona y
en cada acontecimiento.
Cristo ha resucitado, venció la tiniebla, el pecado, la muerte. No hay
lugar para el miedo ni para la tristeza. La vida ha triunfado y es posible que
el amor y la paz florezcan en cada hogar y en la sociedad.
Creo que Cristo ha resucitado, que vive en mí: no sólo pasa por mí, sino que
habita en cada parte de mi ser. Él hace posible que yo sea una persona nueva,
llena de esperanza, testigo de la resurrección, la vida y la victoria.
“María Magdalena dijo a los discípulos que había visto al Señor” (Jn 20,18).
Quien ha experimentado la fuerza del resucitado como María, no puede guardar
esta experiencia para sí; siente la necesidad de comprometerse en la hermosa
tarea de luchar contra una cultura de violencia y de muerte, de injusticia y de
esclavitud; siente la necesidad de contagiar nuevos ideales, llenarlo todo de
vida y de amor para alentar lo que va naciendo y resucitar lo que va muriendo.
“Sólo hay un medio para saber hasta dónde se puede llegar: ponerse en camino y
avanzar” (Bergson). Sólo hay un medio para resucitar: abrir los ojos y
el corazón para encontrarse con el Resucitado. Él hace que surjan personas
capaces de servir, compartir, unir, pacificar...
“Cuando el Señor resucita,
la esperanza es una fiesta,
se hace joven, se hace niña,
canta y danza en hora buena.
Cuando el Señor resucita,
la paz es una paloma
que vuela en cruz por los cielos,
cubriéndonos con su sombra.
Cuando el Señor resucita,
se convierte el agua en vino,
y todos quedan borrachos
del amor y del Espíritu”.
(Rafael Prieto)
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.
Templos de Dios
"Recuerdo que mi madre me decía:
“Mira, aquí está Dios”. Tenía temblor su voz cuando lo mencionaba. Y
yo buscaba al Dios desconocido en los altares, sobre la vidriera en que jugaba
el sol a ser fuego y cristal. Y ella añadía: “No lo busques fuera. Cierra los
ojos y oye su latido. Tú eres, hijo, la mejor catedral" (Martín Descalzo).
Dios
habita en nosotros siempre y en todas partes. ¿Por qué no enseñar esta verdad
fundamental a todos? Dios, Creador y Padre, está presente en
cada uno de sus hijos, está atento a todos sus pensamientos, proyectos y
actividades. No se extraña de nada. Nada le altera. Es lento a la ira, rico en
paciencia y bondad.
Dios
nos ha creado a su imagen y semejanza (Gn 1,26). Y no nos ha abandonado; sigue
cuidándonos y alimentándonos. Vela por nosotros.
Tal bondad no depende de nuestro comportamiento. Él hace salir el sol
sobre buenos y malos... Y si viste de belleza a los lirios del campo y alimenta
a los pájaros del cielo, ¿qué no hará por nosotros, sus hijos (Mt 6,26-30),
infinitamente superiores a las flores y animales?
Dios
está presente en cualquier ser humano. Lo sienten cercano y amigo todos
aquellos que creen en Él. Por medio de su Espíritu nos ofrece sus dones: amor,
paz, gozo, amabilidad, bondad, paciencia, fidelidad, equilibrio, dominio propio
(Gá 5,22)... Sólo hace falta creer en Él y dejarle libertad para darnos un
“corazón de hijo” rescatado del pecado por la sangre de Jesús (Gá 3,26).
Creer
en la presencia de Dios ayuda a orientar la vida, a sobrellevar los golpes
duros, a vivir, como Jesús, unidos al Padre y volcados hacia el prójimo. Vivir
en su presencia estimula el amor, la fuerza y el entusiasmo en cada momento.
¿Quién
o qué cosa nos podrá separar de Dios? Ni la muerte, ni la vida, ni el presente,
ni el futuro... nada nos podrá separar del amor de Dios manifestado en
Jesucristo (Rm 8,35-39).
“Cristo
conmigo,
Cristo
dentro de mí,
Cristo
delante de mí...
Cristo
en mi casa,
Cristo
en la calle,
Cristo
en el camino,
Cristo
en mi puesto de trabajo...
Cristo
conmigo
y yo con Cristo
siempre
y en todas partes”.
(San Patricio)
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.
Cristo, el nombre propio de la esperanza
Cada cuatro segundos muere una persona de hambre en el mundo. Cinco millones
de niños mueren de hambre al año. Al año son ocho millones según la FAO, cinco
de los cuales son niños…
«El infierno son los otros»: esta conocida frase de Sartre resume como
pocas el vacío y el nihilismo modernos. En 1968, en la época en que el autor
francés desarrolló su obra, un joven teólogo alemán Joseph Ratzinger
pronunciaba en Munich una conferencia en la que defendía lo contrario: el
infierno es estar solo….
El mundo está mal. Una parte de la humanidad vive encerrada en su
egoísmo, ignorando que la inmensa mayoría de la población mundial carece de los
más elementales recursos para sobrevivir. La poesía de León Felipe (¡Qué pena
que este camino fuera de muchísimas leguas…!) parece dar la razón al pesimismo.
Sin embargo, por otra parte vemos signos de esperanza. Pueblos y
personas que dicen no a la guerra y sí a la no-violencia; personas pobres que
comparten lo poco que tienen con los que son aún más pobres; padres y madres
que defienden la vida y dan la vida por sus hijos… Todos ellos son estrellas en
la noche, rayos de la esperanza que necesita la humanidad.
Los tiempos en que vivimos son desconcertantes. La gente se siente
desorientada, insegura y sin esperanza. Por una parte constatamos los avances
de la ciencia y la tecnología; por otra, experimentamos la imposibilidad de
luchar contra un sistema que nos domina y que produce injusticias, guerras,
desigualdades y pobreza. El egocentrismo encierra en sí mismas a las personas y
los grupos, reaparecen conflictos étnicos y actitudes racistas y xenófobas, se
acrecienta la competitividad en el trabajo. Este desánimo genera miedo a
afrontar el futuro e impide tomar decisiones definitivas, de por vida.
Pero el ser humano no puede vivir sin esperanza y sigue aferrándose a
todo lo que le prometa un futuro mejor. Muchos consideran al ser humano como
centro absoluto de la realidad, haciendo que ocupe el lugar de Dios. Todos
necesitamos esperanzas pequeñas, pero sobre todo, necesitamos vivir con los
ojos puestos en la gran esperanza: Cristo. La esperanza nos salva y «en
esperanza fuimos salvados», dice san Pablo a los Romanos y también a nosotros (Rm 8,
24). Gracias a una esperanza firme podemos afrontar todos los obstáculos que se
nos presentan en el presente y vivir confiando en Dios «No os aflijáis como los
hombres sin esperanza» (1 Ts 4, 13).
Vivir la esperanza cristiana es abandonarse en las manos del Padre,
acoger el futuro como un don de Dios, responder amorosamente al Dios que nos
ama. San Pablo sintetiza el contenido de la vida cristiana en la fe en la
resurrección de Cristo, la esperanza en la salvación futura y en amor como
Cristo, que ha cumplido y realizado su amor en servicio de todos.
Vivir en la esperanza y de la esperanza es creer fuertemente en Dios;
pase lo que pase, Él cuida y vela por nosotros.
«No andéis buscando qué comeréis ni qué beberéis, ni estéis ansiosos.
Porque son los paganos quienes buscan estas cosas con afán. Como vuestro Padre
ya sabe que las necesitáis, buscad su Reino, y se os darán por añadidura. No
temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el
Reino» (Lc 12, 29-32).
Las palabras del papa Benedicto XVI son de una gran luz: «La certeza de
que Cristo está conmigo, de que en Cristo el mundo futuro ya ha comenzado,
también da certeza de la esperanza. El futuro no es una oscuridad en la que
nadie se orienta. No es así. Sin Cristo, también hoy el futuro es oscuro para
el mundo, hay mucho miedo al futuro. El cristiano sabe que la luz de Cristo es
más fuerte, y por eso vive en una esperanza que no es vaga, en una esperanza
que da certeza y valor para afrontar el futuro… Queremos que acabe este mundo
injusto… Queremos que el mundo cambie profundamente, que comience la
civilización del amor, que llegue un mundo de justicia y de paz, sin violencia,
sin hambre. Queremos todo esto. Pero ¿cómo podría suceder esto sin la presencia
de Cristo? Sin la presencia de Cristo nunca llegará un mundo realmente justo y
renovado».
Cristo es nuestra esperanza, no hay por qué temer. «Porque Él entró en
el mundo y en la historia, porque él quebró el silencio y la agonía, porque
llenó la tierra de su gloria, porque fue luz en nuestra noche fría» (Yves
Raguin).
Jesús hizo de la
esperanza de los pobres el centro de sus promesas. La buena noticia del Reino
era para todos, pero sobre todo para los alejados de las esperanzas humanas. La
existencia de futuro para la esperanza de los pobres es revelación gozosa del Evangelio
de Jesús. El Dios de la esperanza es el Dios de los pobres y pequeños. Su
fuerza habita en toda buena noticia, anuncio de esperanza para ciegos,
cautivos, oprimidos y pecadores .
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.
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