"Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: "¿Qué buscáis?".
Ellos le respondieron: "Rabbí, ¿dónde vives?".
Les respondió: "Venid y lo veréis". Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día".
(Jn. 1, 38-39)

Cristo, el nombre propio de la esperanza



Cada cuatro segundos muere una persona de hambre en el mundo. Cinco millones de niños mueren de hambre al año. Al año son ocho millones según la FAO, cinco de los cuales son niños…
«El infierno son los otros»: esta conocida frase de Sartre resume como pocas el vacío y el nihilismo modernos. En 1968, en la época en que el autor francés desarrolló su obra, un joven teólogo alemán Joseph Ratzinger pronunciaba en Munich una conferencia en la que defendía lo contrario: el infierno es estar solo….
El mundo está mal. Una parte de la humanidad vive encerrada en su egoísmo, ignorando que la inmensa mayoría de la población mundial carece de los más elementales recursos para sobrevivir. La poesía de León Felipe (¡Qué pena que este camino fuera de muchísimas leguas…!) parece dar la razón al pesimismo.
Sin embargo, por otra parte vemos signos de esperanza. Pueblos y personas que dicen no a la guerra y sí a la no-violencia; personas pobres que comparten lo poco que tienen con los que son aún más pobres; padres y madres que defienden la vida y dan la vida por sus hijos… Todos ellos son estrellas en la noche, rayos de la esperanza que necesita la humanidad.
Los tiempos en que vivimos son desconcertantes. La gente se siente desorientada, insegura y sin esperanza. Por una parte constatamos los avances de la ciencia y la tecnología; por otra, experimentamos la imposibilidad de luchar contra un sistema que nos domina y que produce injusticias, guerras, desigualdades y pobreza. El egocentrismo encierra en sí mismas a las personas y los grupos, reaparecen conflictos étnicos y actitudes racistas y xenófobas, se acrecienta la competitividad en el trabajo. Este desánimo genera miedo a afrontar el futuro e impide tomar decisiones definitivas, de por vida.
Pero el ser humano no puede vivir sin esperanza y sigue aferrándose a todo lo que le prometa un futuro mejor. Muchos consideran al ser humano como centro absoluto de la realidad, haciendo que ocupe el lugar de Dios. Todos necesitamos esperanzas pequeñas, pero sobre todo, necesitamos vivir con los ojos puestos en la gran esperanza: Cristo. La esperanza nos salva y «en esperanza fuimos salvados», dice san Pablo a los Romanos y también a nosotros (Rm 8, 24). Gracias a una esperanza firme podemos afrontar todos los obstáculos que se nos presentan en el presente y vivir confiando en Dios «No os aflijáis como los hombres sin esperanza» (1 Ts 4, 13).
Vivir la esperanza cristiana es abandonarse en las manos del Padre, acoger el futuro como un don de Dios, responder amorosamente al Dios que nos ama. San Pablo sintetiza el contenido de la vida cristiana en la fe en la resurrección de Cristo, la esperanza en la salvación futura y en amor como Cristo, que ha cumplido y realizado su amor en servicio de todos.
Vivir en la esperanza y de la esperanza es creer fuertemente en Dios; pase lo que pase, Él cuida y vela por nosotros.
«No andéis buscando qué comeréis ni qué beberéis, ni estéis ansiosos. Porque son los paganos quienes buscan estas cosas con afán. Como vuestro Padre ya sabe que las necesitáis, buscad su Reino, y se os darán por añadidura. No temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el Reino» (Lc 12, 29-32).
Las palabras del papa Benedicto XVI son de una gran luz: «La certeza de que Cristo está conmigo, de que en Cristo el mundo futuro ya ha comenzado, también da certeza de la esperanza. El futuro no es una oscuridad en la que nadie se orienta. No es así. Sin Cristo, también hoy el futuro es oscuro para el mundo, hay mucho miedo al futuro. El cristiano sabe que la luz de Cristo es más fuerte, y por eso vive en una esperanza que no es vaga, en una esperanza que da certeza y valor para afrontar el futuro… Queremos que acabe este mundo injusto… Queremos que el mundo cambie profundamente, que comience la civilización del amor, que llegue un mundo de justicia y de paz, sin violencia, sin hambre. Queremos todo esto. Pero ¿cómo podría suceder esto sin la presencia de Cristo? Sin la presencia de Cristo nunca llegará un mundo realmente justo y renovado».
Cristo es nuestra esperanza, no hay por qué temer. «Porque Él entró en el mundo y en la historia, porque él quebró el silencio y la agonía, porque llenó la tierra de su gloria, porque fue luz en nuestra noche fría» (Yves Raguin).
Jesús hizo de la esperanza de los pobres el centro de sus promesas. La buena noticia del Reino era para todos, pero sobre todo para los alejados de las esperanzas humanas. La existencia de futuro para la esperanza de los pobres es revelación gozosa del Evangelio de Jesús. El Dios de la esperanza es el Dios de los pobres y pequeños. Su fuerza habita en toda buena noticia, anuncio de esperanza para ciegos, cautivos, oprimidos y pecadores .
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.