"Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: "¿Qué buscáis?".
Ellos le respondieron: "Rabbí, ¿dónde vives?".
Les respondió: "Venid y lo veréis". Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día".
(Jn. 1, 38-39)

Templos de Dios



     "Recuerdo que mi madre me decía: “Mira, aquí está Dios”. Tenía temblor su voz cuando lo mencionaba.  Y yo buscaba al Dios desconocido en los altares, sobre la vidriera en que jugaba el sol a ser fuego y cristal. Y ella añadía: “No lo busques fuera. Cierra los ojos y oye su latido. Tú eres, hijo, la mejor catedral" (Martín Descalzo).
     Dios habita en nosotros siempre y en todas partes. ¿Por qué no enseñar esta verdad fundamental a todos?   Dios, Creador y Padre, está presente en cada uno de sus hijos, está atento a todos sus pensamientos, proyectos y actividades. No se extraña de nada. Nada le altera. Es lento a la ira, rico en paciencia y bondad.
     Dios nos ha creado a su imagen y semejanza (Gn 1,26). Y no nos ha abandonado; sigue cuidándonos y alimentándonos. Vela por nosotros.
     Tal bondad no depende de nuestro comportamiento. Él hace salir el sol sobre buenos y malos... Y si viste de belleza a los lirios del campo y alimenta a los pájaros del cielo, ¿qué no hará por nosotros, sus hijos (Mt 6,26-30), infinitamente superiores a las flores y animales?
     Dios está presente en cualquier ser humano. Lo sienten cercano y amigo todos aquellos que creen en Él. Por medio de su Espíritu nos ofrece sus dones: amor, paz, gozo, amabilidad, bondad, paciencia, fidelidad, equilibrio, dominio propio (Gá 5,22)... Sólo hace falta creer en Él y dejarle libertad para darnos un “corazón de hijo” rescatado del pecado por la sangre de Jesús (Gá 3,26).
     Creer en la presencia de Dios ayuda a orientar la vida, a sobrellevar los golpes duros, a vivir, como Jesús, unidos al Padre y volcados hacia el prójimo. Vivir en su presencia estimula el amor, la fuerza y el entusiasmo en cada momento.
     ¿Quién o qué cosa nos podrá separar de Dios? Ni la muerte, ni la vida, ni el presente, ni el futuro... nada nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Jesucristo (Rm 8,35-39).
            “Cristo conmigo,
             Cristo dentro de mí,
             Cristo delante de mí...
             Cristo en mi casa,
             Cristo en la calle,
             Cristo en el camino,
             Cristo en mi puesto de trabajo...
             Cristo conmigo
 y yo con Cristo
             siempre y en todas partes”.
(San Patricio)  
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.