"Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: "¿Qué buscáis?".
Ellos le respondieron: "Rabbí, ¿dónde vives?".
Les respondió: "Venid y lo veréis". Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día".
(Jn. 1, 38-39)

Sembrar esperanza



Cada día, dice Susanna Tamaro, los pájaros se despertarán en la copa de los árboles a la misma hora, cantarán de la misma manera y apenas hayan terminado de cantar, irán en busca de alimento. En cambio, para los seres humanos todo será diferente. Tal vez se apliquen con buena voluntad a la construcción de un mundo mejor. ¿Ocurrirá eso? Tal vez, pero acaso no.
A pesar de todos los adelantos, el mundo parece un inmenso vacío donde la persona se siente sola y desamparada. Las falsas esperanzas nacen por todas partes y, como éstas no pueden llenar el corazón humano, surge un mundo sin esperanza. Las personas no esperan mucho de la sociedad, de los demás, de sí mismas. El mal humor, la tristeza se hacen cada vez más presentes, el cansancio se adueña del alma; desaparece la alegría y las personas no saben dónde encontrar fuerzas para vivir.
La falta de esperanza se manifiesta en una falta de confianza. Una sociedad sin esperanza es una sociedad sin futuro. Si matamos la esperanza de los débiles, de los marginados y los que no cuentan, enterramos la vida. El abrirnos a Dios y a los demás, los más desesperanzados, puede darnos energías para contagiar y sembrar esperanza. Dios nos ha regenerado por medio de la resurrección de Jesús a una esperanza viva (1 P 1, 3).
Alguien dijo que la «esperanza es el sueño de un hombre despierto». «La virtud que más me gusta, dice Dios, es la esperanza… Esa pequeña esperanza que parece una cosita de nada, esta pequeña niña esperanza inmortal». En estos conocidos versos de Charles Péguy nos mostraba a Dios sorprendido por la esperanza. No le resulta sorprendente a Dios la fe y la caridad. En la Biblia vemos cómo Dios espera en los seres humanos y a los que esperan en Él les brotan las fuerzas.
Cada día nace el anhelo de buscar un porvenir más humano y más justo. «Si no se espera, no se dará con lo inesperado», afirmaba Heráclito. Pero esta espera tiene que ser activa; la esperanza de los brazos cruzados no funciona. La esperanza cristiana se compromete a trabajar por un mundo más justo, más libre y más fraterno. Sin embargo, hay momentos en la existencia en que algunos repiten, como Israel: «Nuestra esperanza se ha destruido» (Ez 37, 11). Pero los profetas siguen anunciado paz, salvación, luz, redención. Israel «será saciado de bendiciones» (Jr 31, 14).
Para el mundo de hoy es necesaria la esperanza. Quien espera de verdad está firmemente convencido de que para Dios no hay nada imposible (Lc 1, 37), y sabemos, según afirma san Juan de la Cruz, que se obtiene de Dios cuanto de Él se espera. San Pablo nos exhorta a no contristarnos como los que no tienen esperanza (1 Ts 4, 12). «Singular virtud de la esperanza, singular misterio. No es una virtud como las demás, sino, en cierto modo, una virtud contra las otras. Se enfrenta a todas las virtudes, a todos los misterios. Es ella, la pequeña esperanza la que pone todo en movimiento» (Charles Péguy).
A muchos se les marchita la esperanza ante las dificultades de la vida. Sin embargo, hay otras personas que renacen de sus cenizas, esperando con gozo, paciencia y confianza. Hay una gran certeza y una gran dicha en el que espera (Tt 2, 13), apoyado en la seguridad de conseguir lo que anhela. Esperar supone tener paciencia y confianza. Somos amigos de la prisa, de la eficacia, de la impaciencia. Igual que el labrador tiene que aguardar pacientemente a que llegue el tiempo de recoger los frutos, así quien desea cosechar, tendrá que armarse de mucha paciencia para que los problemas puedan resolverse, para que el otro pueda crecer, para que uno mismo pueda cambiar.
Tan esencial como la fe y el amor  es la esperanza, pues no puede haber fe o amor sin esperanza. Una fe sin esperanza no tendría razón de ser. Debemos, pues, sembrar esperanza, poner la esperanza al sol, al abrigo de la fe y del amor, lo mismo que se ponen ahora las plantas de exterior para que den fruto en primavera, para que crezcan. Debemos recuperar la esperanza robada por el miedo, por las tristezas, por los fracasos… Levantarse, ponerse en pie y dejar que Dios nos guíe, aunque el camino sea largo y empinado, y seguir soñando con los ojos abiertos.
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.