Dostoievsky, en una de sus novelas,
describe una escena que tiene todos los visos de haber sido observada en la
realidad. Una mujer de pueblo tiene en brazos a su hijo de pocas semanas que le
sonríe por primera vez. Profundamente conmovida, se hace la señal de la cruz. Y
a quien le pregunta por qué hace eso, le contesta: “Porque lo mismo que una
madre se siente feliz cuando ve la primera sonrisa de su hijo, así se alegra
Dios cada vez que un pecador cae de rodillas y ora desde el corazón”.
Dios
se alegra, como Padre bueno, con la presencia de sus hijos, sobre todo cuando
vuelve uno que estaba lejos. Él sale en busca de “los hijos que andaban
dispersos” (Jn 11,52). Dios tiene esperanza en sus hijos, confía en ellos y
quiere que nosotros confiemos en Él.
Nos
ha dado su amor y su reino. Quiere que lo busquemos primero a Él, y todo lo
demás se nos dará por añadidura (Lc 12,31). Cuando Jesús dice: “No estéis
agobiados por la vida pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo
pensando con qué os vais a vestir” (Mt 6,25), lo que quiere decir es: “No deis
más importancia a la comida o al vestido que al Reino de Dios”. “La vida vale
más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido”. No hay que temer, ni
angustiarse por el mañana. Dios cuida de nosotros. No hay razón para
angustiarse. “Confiadle todas vuestras preocupaciones pues Él cuida de
vosotros” (1P 5,7)
Kierkegaard
reflexiona en torno a si el ser humano se conforma con ser persona o quiere ser
Dios: “Conformarse con la propia condición humana, con su limitación, es
fundamental. Pero si el hombre se olvida de Dios y pretende alimentarse él
solo, entonces se convierte en víctima de las preocupaciones materiales”.
Al
regreso de un viaje a Oriente, Francisco de Asís encontró la situación de su
Orden muy mal. Se sintió fracasado y como alguien que había puesto en peligro
la obra de Dios. Así estaba su alma cuando se retiró a las montañas de Verna.
Allí se le apareció el Señor y le dijo: “¿Por qué te turbas, hombrecillo?
¿Acaso te he puesto como pastor de mi Orden de tal modo que te olvides de que
yo sigo siendo el responsable principal? Por tanto, no te turbes, sino
preocúpate por tu salvación, porque aunque la Orden quedase reducida únicamente
a tres Hermanos, mi ayuda siempre seguirá siendo firme”.
Francisco
sale de la prueba purificado y fortalecido. Desde entonces empieza a repetir la
frase que sería su pan por mucho tiempo: “Francisco, Dios existe, y eso basta”.
La paz y la alegría habían vuelto a su alma.
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.