"Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: "¿Qué buscáis?".
Ellos le respondieron: "Rabbí, ¿dónde vives?".
Les respondió: "Venid y lo veréis". Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día".
(Jn. 1, 38-39)

¡Dios existe y eso basta!


     Dostoievsky, en una de sus novelas, describe una escena que tiene todos los visos de haber sido observada en la realidad. Una mujer de pueblo tiene en brazos a su hijo de pocas semanas que le sonríe por primera vez. Profundamente conmovida, se hace la señal de la cruz. Y a quien le pregunta por qué hace eso, le contesta: “Porque lo mismo que una madre se siente feliz cuando ve la primera sonrisa de su hijo, así se alegra Dios cada vez que un pecador cae de rodillas y ora desde el corazón”.
     Dios se alegra, como Padre bueno, con la presencia de sus hijos, sobre todo cuando vuelve uno que estaba lejos. Él sale en busca de “los hijos que andaban dispersos” (Jn 11,52). Dios tiene esperanza en sus hijos, confía en ellos y quiere que nosotros confiemos en Él.
     Nos ha dado su amor y su reino. Quiere que lo busquemos primero a Él, y todo lo demás se nos dará por añadidura (Lc 12,31). Cuando Jesús dice: “No estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo pensando con qué os vais a vestir” (Mt 6,25), lo que quiere decir es: “No deis más importancia a la comida o al vestido que al Reino de Dios”. “La vida vale más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido”. No hay que temer, ni angustiarse por el mañana. Dios cuida de nosotros. No hay razón para angustiarse. “Confiadle todas vuestras preocupaciones pues Él cuida de vosotros” (1P 5,7)
     Kierkegaard reflexiona en torno a si el ser humano se conforma con ser persona o quiere ser Dios: “Conformarse con la propia condición humana, con su limitación, es fundamental. Pero si el hombre se olvida de Dios y pretende alimentarse él solo, entonces se convierte en víctima de las preocupaciones materiales”.
     Al regreso de un viaje a Oriente, Francisco de Asís encontró la situación de su Orden muy mal. Se sintió fracasado y como alguien que había puesto en peligro la obra de Dios. Así estaba su alma cuando se retiró a las montañas de Verna. Allí se le apareció el Señor y le dijo: “¿Por qué te turbas, hombrecillo? ¿Acaso te he puesto como pastor de mi Orden de tal modo que te olvides de que yo sigo siendo el responsable principal? Por tanto, no te turbes, sino preocúpate por tu salvación, porque aunque la Orden quedase reducida únicamente a tres Hermanos, mi ayuda siempre seguirá siendo firme”.
Francisco sale de la prueba purificado y fortalecido. Desde entonces empieza a repetir la frase que sería su pan por mucho tiempo: “Francisco, Dios existe, y eso basta”. La paz y la alegría habían vuelto a su alma.
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.