Cierto día, el
Cardenal Weisman discutía con un inglés utilitarista sobre la existencia de
Dios. A los argumentos del religioso, respondía el inglés con mucha flema: “No
lo veo, no lo veo”.
Entonces, el Cardenal tuvo un rasgo ingenioso. Escribió en un papel la palabra
“Dios” y colocó sobre ella una moneda. Le preguntó:
– ¿Qué ves?
– Una moneda.
– ¿Nada más?
Muy tranquilo, el Cardenal quitó la moneda, y le preguntó de nuevo:
– Y ahora, ¿qué ves?
– Veo a Dios.
– Entonces, ¿qué es lo que te impide ver a Dios?
El inglés se calló como un muerto. El dinero, a veces, nos impide ver a Dios y
a Jesús.
¿Quién era Jesús? ¿Cómo era Jesús?
Para enseñar a la gente, Jesús utilizaba símbolos y parábolas. Para decirnos
quién es usó símbolos. Por ejemplo: “Yo soy la puerta” (Jn 10,9), “yo soy la
luz del mundo” (Jn 8,12), “yo soy el buen pastor” (Jn 10,11).
Pero a las personas no las conocemos por lo que dicen, sino por lo que hacen.
Jesús estaba unido al Padre y ungido por el Espíritu. El Padre lo envió a
anunciar la Buena Nueva, a proclamar la liberación, a dar vista a los ciegos, a
proclamar el año de gracia del Señor (Lc 4,18-19).
Él vino, sobre todo, para los casos difíciles, para “salvar lo que estaba
perdido” (Lc 19,10). Se pasó toda la vida haciendo el bien y curando a los
oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él (Hch 10,38).
A Jesús le seguía mucha gente por distintos motivos: por curiosidad, porque les
daba de comer, porque curaba, por los milagros que hacía... Las masas lo
quisieron hacer rey, pero también pidieron su cabeza.
Hubo un grupo de amigos incondicionales, decían ellos, que comieron y vivieron
con él; pero a pesar de su buena voluntad, lo abandonaron en el momento de la
persecución. Recibieron del Maestro la misión de hacer lo mismo: ir por todo el
mundo anunciando la Buena Nueva (Mt 28,20).
A unos y a otros les indicó que lo más importante era buscar a Dios, su Reino
(Lc 12, 26). Les repitió muchas veces que no tuvieran miedo, que no dudaran,
que creyeran de verdad (Jn 8,46). Dio ejemplo de amor, amó hasta el final y fue
lo único que dejó como consigna: “Amaos como yo os he amado (Jn 13,34-35).
Es importante mirar a Jesús, pero es mucho más importante dejarse mirar por él,
encontrarnos con su mirada. Al encontrarnos con su mirada, ésta nos hará
contemplar nuestra vida y quitar todo aquello que no nos deja ver a Dios.
“Mantengamos fijos los ojos en Jesús” (Hb 12,2) para tener los mismos
pensamientos y sentimientos que el Maestro.
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.