Un día, el Rabí
Mendel de Kotzk, recibiendo a algunos sabios personajes, sorprendió a sus
visitantes preguntando de repente: “¿Dónde habita Dios?”. Se burlaron de él:
“¿Qué te pasa? ¿No está lleno el mundo de su magnificencia?”. El Rabí respondió:
“Dios está donde le dejan entrar”.
Dios
está en nuestro mundo, en medio de nosotros, en el interior de cada uno; pero
hay que reconocerlo y permitirle que esté vivo. “Es aquí, en el sitio donde nos
encontramos, donde se trata de hacer brillar la luz de la vida divina
escondida” (M. Buber). Pablo invita a vivir como “hijos de la luz” (Ef
5,8-9). Y donde la luz tiene sus efectos todo es bondad, santidad y verdad.
Es vital reconocer que Dios está presente, que su amor lo penetra y lo envuelve
todo. San Juan de la Cruz pone en boca de Cristo esta sentencia: “¡Desdichado
de aquel que de mi amor ha hecho ausencia y no quiere gozar de mi presencia!”.
En efecto, no hay mayor desdicha que ausentarse de Dios y huir de su presencia.
No hay mayor gozo que creer en Él y disfrutar de su divina presencia.
Tener conciencia de Dios, creer que nos ama y nos llama, cambia
completamente la vida de las personas. Así le pasó a P. Claudel. En la Navidad
de 1886, “no teniendo nada que hacer”, asiste a las Vísperas cantadas en Notre
Dame de París, esperando que las ceremonias religiosas le han de brindar
inspiración poética. De improviso le sobrecoge la conciencia de Dios como una
gran realidad personal, como “Alguien”, y desde ese momento toda su mentalidad
y su vida cambian por completo.
Dios está presente,
nos llama por nuestro nombre, nos ama. Sus ojos amorosos lo ven todo y están
fijos siempre en sus criaturas. Nos ve donde quiera que estemos. No se puede
huir de su presencia. Él está dondequiera que vayamos. “Te ve dondequiera que
estés. Te llama por tu nombre. Te mira. Te comprende. Conoce todos tus
sentimientos y pensamientos íntimos, tu debilidad, tu fortaleza. Te ve en tus
días de gozo y en tus días de pesar. Observa tu semblante. Oye tu voz. Percibe
los latidos de tu corazón; tu misma respiración no se le escapa. Tú no puedes
amarte más de lo que Él te ama” (Newman).
Creer que es un
Padre amoroso, que está presente en todos los momentos de la vida y pendiente
de cada uno de los seres humanos, ayuda a caminar. Creer en su bondad, en su
providencia, es de gran luz para cuando la noche se acerca y se oscurece la fe.
Todo va bien cuando creemos y caminamos en la presencia de Dios. Todo cambia
cuando le dejamos entrar, cuando Él pasa a ser parte de nuestra vida y le
dejamos actuar. Todo es posible para aquél que cuenta con Dios.
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.