Cuando Sócrates
quiso construir su casa, tuvo que conformarse con una morada pequeña. Y cuando
algunos le hicieron notar que era de dimensiones muy reducidas, Sócrates
replicó:
-¡Quieran
los dioses que esté siempre llena de amigos!
El que a la
casa de uno lleguen amigos es una de las bendiciones más grandes. No podemos
vivir sin amigos.
Teresa de
Jesús fue amiga de Dios y de los seres humanos. Vivió profundamente la amistad
con Dios, amigo verdadero. También disfrutó de grandes amistades granjeadas por
su trato exquisito y por su forma de ser. En sus monasterios dejó esta norma de
oro: “Aquí todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se han de
querer, todas se han de ayudar” (C 4,6). “(La oración consiste en) tratar con
Dios como con Padre y como con hermano y como con Señor y como con esposo” (CV
28,3). En la oración el alma se une con Dios, “como si dos velas de cera se
juntasen tanto en extremo que toda la luz fuese una, o que el pábilo y la luz y
la cera es todo uno” (7M 2,4).
La
oración es, sobre todo, diálogo, trato de amistad, “que no es otra cosa oración
mental a mi parecer sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a
solas con quien sabemos nos ama” (V 8,5). Los verbos “estar” y “tratar” indican
ya la presencia de Dios. El Dios infinito, el invisible, se revela, se comunica
con el ser humano y le ofrece su amor. Dios es Padre, pero, sobre todo, es
amigo (V 8,5). No podemos vivir sin amigos. “Ámense mutuamente si quieren
sobrevivir”, afirmaba Teilhard. Por la oración la persona aceptará a Dios, se
abrirá al amigo y lo escuchará. La oración es un encuentro personal donde se
hace amistad. Es un encuentro donde se quiere estar con el amado (C 25,3), se
le mira (C 26,3); donde Dios mismo se goza (V 8,9). Es un encuentro que
requiere gran fuerza de voluntad (V 8,8).
En esta
comunicación con Dios importa el saber estar, el gozar de su presencia, más que
los negocios o temas de conversación. Al dar tanta importancia a la presencia,
no queremos decir que nos desentendamos del mundo. “Fuera del mundo no hay
oración”, dice A. Guerra. Efectivamente, la oración que no parte de la vida y
no va a la vida, no sirve. Cuando hay amor, importa la presencia del amado, no
las ideas o esquema del discurso. La confianza, el gozar del otro brotan de la
conciencia del que sabemos que nos ama. “Con la oración sucede igual que con la
amistad. Cuanto más tratamos al amigo y conversamos con él, tanto más queremos
tratarlo y conversar con él, más surgen temas de conversación; cuanto menos
tratamos con él, tanto menos lo echamos de menos y tanto menos tenemos de qué
conversar” (S. Galilea).
Cristo es el
buen amigo (V 22,10), amigo verdadero (V 25,17), con Él se puede tratar como
amigo (V 37,6). En todo se puede tratar y hablar con Él (V 37,6), por eso
aconsejará no estar sin tan buen amigo (CV 26,1). Tanta importancia da la Santa
a Cristo que sólo pide a sus monjas que claven en Él los ojos: “no os pido más
que le miréis... Mirar que no está aguardando otra cosa, como dice la esposa,
sino que le miremos” (C 26,3). El “Cristo de los ojos bellos” “tiene en tanto
que le volvamos a mirar, que no quedará por diligencia suya” (C 26, 3). El
mirarlo es fuente de fuerza y de entrega. “Poner los ojos en el Crucificado, y
se os hará todo poco” (7M 4, 8).
La
amistad une vidas. En la oración se unen Dios y el hombre por medio de un
diálogo amoroso, pues el diálogo siempre une. A través de éste puedo conocer al
otro, puedo saber quién es el otro y puedo descubrir quién soy yo. Y puesta
santa Teresa a aconsejar, como algo importante dice: “Por eso aconsejaría yo a
los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con
otras personas que traten de lo mismo. Es cosa importantísima, aunque no sea
sino ayudarse unos a otros, con sus oraciones. ¡Cuánto más que hay muchas más
ganancias!” (V 7, 20). “Pues es tan importantísimo esto para almas que no están
fortalecidas en virtud, como tienen tantos contrarios y amigos para incitar al
mal, que no sé cómo lo encarecer” (V 7,21).
Dios es
amigo que “se nos da sin tasa”, sin medida y no se fija para amarnos en
nuestros méritos, sino que acepta nuestra condición.
Dios pone
los dones: todo. El hombre sólo tiene que extender la mano. Dios no ha de
forzar nuestra voluntad; toma lo que le damos del todo (CV 28,12). La oración
exige, pues, una entrega total, cumplir la voluntad de Dios.
Su esencia
no está en los tiempos y lugares, aunque exija tiempos y lugares. El provecho
de la oración no está en “pensar mucho, sino en amar mucho” (F 5,2). No tienen
ventaja los científicos y los filósofos, sino aquellos que “desean contentar en
todo a Dios” y procuran no ofenderle (4M 1,7).
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.