Un niño preguntó a
un escultor: “Señor, ¿cómo sabía que había un león en el mármol?”. El escultor
contestó: “Porque, antes de ver el león en el mármol, lo había visto en mi
corazón”.
Hay una unión
grande entre el corazón y los ojos. Vemos lo que hay dentro. Tiene que haber
perfecta unidad, oración contemplativa, para poder ver a Dios, para llegar a
ser uno con Él.
Jesús
dice que todo lo que hace el Padre lo hace también el Hijo (Jn 5,19). No hay
separación entre ellos: “Somos uno” (Jn 17,22); no hay división del trabajo:
“El Padre ama al Hijo y ha puesto en sus manos todas las cosas” (Jn 3,35); no
hay competencia: “Os he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre” (Jn 15,15);
no hay envidia: “El Hijo no puede hacer nada por su cuenta; hace únicamente lo
que ve hacer al Padre” (Jn 5,19).
Hay una perfecta
unidad entre el Padre y el Hijo. Esta unidad está en el núcleo del mensaje de
Jesús: “Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí” (Jn 14,11).
Dios quiere que
formemos una unidad con Él. Desde la eternidad estamos escondidos “al amparo de
la mano de Dios” y “tatuados en su palma” (Is 49,2.16). Dios nos ama antes que
ninguna otra persona. Nos ama con un amor “primero” (1 Jn 4,19), un amor
ilimitado e incondicional. Quiere que seamos sus hijos amados y nos dice que
seamos tan cariñosos como Él.
Para descubrir al
Dios que está dentro de nosotros, debemos orar constantemente. Pablo escribe a
los cristianos de Tesalónica: “Orad constantemente. En todo dad gracias a Dios
pues esto es lo que Él espera de vosotros” (1 Ts 5,17-18). Pablo no sólo
demanda una oración incesante, sino que la practica: “Constantemente damos
gracias a Dios por vosotros” (1 Ts 2,13; 2 Ts 1,3.11; Rm 1,9).
Uno de los ejemplos
más conocidos del deseo de oración incesante es el del peregrino ruso. Un día
encontró un hombre santo que le enseñó la oración de Jesús. Le dijo que
repitiera mil veces cada día: “Señor Jesús, ten piedad de mí”. De esta forma,
la oración de Jesús, poco a poco, se unió a su respiración y al latido de su
corazón.
Orar acentúa el encuentro con Dios. Y al
percatarnos de que Dios vive en nosotros, podremos verlo en todo lo
demás.
P. Eusebio Gómez Navarro, OCD.